Octavio Herrera Pérez
A mediados de 1834 se manifestaron en Tamaulipas las noticias a favor de
la centralización política del país. Así se expresaron las guarniciones de
Matamoros y Tampico, a lo que se sumó la adhesión de numerosas localidades de
la entidad. La inercia del antiguo régimen estaba en marcha, al proclamarse la
defensa de la religión católica y la derogación de las reformas liberales de
Gómez Farías, quien fue destituido por el presidente Santa Anna, erigiéndose
como cabeza de esta nueva tendencia política.
En Tamaulipas Francisco Vital Fernández dominaba el escenario. Sin
embargo los grupos opositores proliferaron. Mientras tanto, el congreso
nacional adoptó las medidas para hacer del país una república central,
expidiendo un decreto provisional que culminaría después en las Siete Leyes. Se
trataba de un régimen con un ejecutivo fuerte, sancionado por el supremo poder
conservador. Las entidades federativas se redujeron a la categoría de
departamentos, gobernados por una junta electiva y un gobernador designado por
el presidente, y desaparecieron muchos ayuntamientos.
Impuesta esta nueva realidad política, el Ayuntamiento de Ciudad
Victoria se pronunció por la república central, el 10 de junio de 1835. Esta
medida era significativa, ya que los cabildos de las capitales departamentales
desempeñarían un papel relevante en el nuevo sistema de gobierno, como bien lo
entendieron los ediles victorenses. Por su parte el gobierno del estado hizo
que la Legislatura convocara a sesiones extraordinarias, para hacer una
consulta a las poblaciones de la entidad sobre este tema, manifestando la
mayoría de ellas su adhesión a la república central. Aprovechando el vacío
legal, José Antonio Fernández Izaguirre se erigió como el gobernador y disolvió
el Congreso. Enseguida se instaló entonces una Junta Departamental, integrada por
el Ayuntamiento de Ciudad Victoria. A nivel nacional, en 1837 se encumbró
nuevamente al general Anastasio Bustamante en la presidencia. Y como un “hombre
de bien”, ligado a las élites de las distintas regiones del país, el nuevo
mandatario designó a José Antonio Quintero como gobernador del Departamento de
Tamaulipas.
El centralismo quiso reconducir políticamente al país con decisiones
tomadas desde la ciudad de México, semejante al despotismo ilustrado de la
monarquía, pues incluso se pasaron por alto las aportaciones del régimen
constitucional gaditano, cuyas medidas liberales habían sido una plataforma de
transición hacia la primera república federal. En la práctica era la base de
una política conservadora que sumaba numerosos adeptos, particularmente entre
las clases pudientes, lo mismo que para la iglesia y el ejército, ya que para
estas dos instituciones el centralismo aseguraba el mantenimiento de sus
privilegios y canonjías. El problema fue que en muchas partes del país, como en
Tamaulipas, el centralismo desplazó a los pueblos y a las pequeñas y medianas
elites emergentes de la dirección política y administrativa de sus propias
regiones, sin acceso a los puestos ejecutivos, legislativos, judiciales,
aduanales o de la milicia local, que antes habían disfrutado. Por otra parte,
los antes prósperos puertos de Tampico y Matamoros, fueron acosados por
implacables medidas restrictivas. Así mismo, aumentó la irritación en el norte
de la entidad ante la incapacidad del gobierno central para impedir las
incursiones de los indios bárbaros, en tanto que el ejército se mantenía
acantonado en la línea del río Bravo a la espera de una eventual reconquista de
Texas, perturbando su presencia a la población civil.
Como en otras partes de México, a fines de 1838 estallaron en Tamaulipas
varias rebeliones federalistas contra el gobierno central. La primera de ellas
ocurrió en Tampico, ligada más que nada al juego de los intereses del comercio
portuario, y que pronto fue sofocada. Otra más tuvo su base en las villas del
norte, encabezada por el licenciado Antonio Canales Rosillo. Finalmente una
tercera rebelión se expresó el 11 de diciembre en Ciudad Victoria, cuando José
Antonio Fernández Izaguirre, una vez más enarbolando la bandera de la
constitución de 1824, se apoderó de la capital del departamento y desalojó del
poder al gobernador Quintero. Al mismo tiempo el gobierno tuvo un conflicto con
Francia en la llamada “guerra de los pasteles”, pero una vez que terminó este
conflicto, se orientó a sofocar las rebeliones existentes en Tamaulipas, con el
propio presidente Bustamante al frente, quien llegó a Ciudad Victoria y
restituyó a Quintero. Mientras, a orillas del Bravo la rebelión continuó,
entrelazada con apoyo obtenido en Texas. El extremo de esta guerra civil fue la
ocupación federalista de Ciudad Victoria en septiembre de 1840 por Juan
Nepomuceno Molano, quien en asamblea popular hizo elegir al doctor José Núñez
de Cáceres como gobernador, ante la nueva huida de Quintero; un personaje cuyo
prestigio estaba por encima de cualquier diferencia política, al ser el primer
libertador de Santo Domingo.
La rebelión federalista dio término con un arreglo entre los caudillos
fronterizos con el general Mariano Arista, situación que los vinculó
políticamente. Quintero concluyó su mandato en junio de 1841. Lo sucedió
Antonio Boeta y Salazar, miembro de la Junta Departamental, quien debía
convocar a elecciones. Sin embargo, en septiembre repercutió un pronunciamiento
realizado en Guadalajara contra el presidente Bustamante y a favor del retorno
de Antonio López de Santa Anna, lo que trastocó las cosas. Para Francisco Vital
Fernández este evento fue la coyuntura esperada, adhiriéndose a Santa Anna y
enseguida ocupó el gobierno local, negociando con los líderes fronterizos su
permanencia. Por su parte Santa Anna sancionó las Bases Orgánicas, que daban
una nueva estructura legal a la república central. Sobre esta base, en 1843 el
general Ignacio Gutiérrez fue designado primero como comandante del
departamento de Tamaulipas y enseguida como gobernador. Se trataba del primer
gobernante que no era miembro de alguno de los grupos políticos de la entidad.
Pero con el argumento de que en Ciudad Victoria no contaba con los recursos
necesarios para la conducción del gobierno, el general Gutiérrez se trasladó al
puerto de Tampico en junio de 1844, acompañado por su secretario Ponciano
Arriaga. Y es que el ambiente politizado de este lugar lo abrumaba, debido a
que él estaba más acostumbrado a las campañas militares y a la administración
aduanal. Este hecho, sumado a los brotes de descontento contra Santa Anna,
enfrentaron a Gutiérrez con la Asamblea Departamental de Tamaulipas, irritada
de antemano por su ausencia de Ciudad Victoria.
Al caer Santa Anna, tomó las riendas del país José Joaquín de Herrera, a
quien apoyó la Asamblea Departamental, que desconoció a Gutiérrez. Entonces Juan
Nepomuceno Molano ocupó la jefatura del gobierno por acuerdo de la Asamblea Departamental,
al que siguieron Manuel Saldaña y
enseguida Pedro José de la Garza. En tanto, Francisco Vital Fernández, impaciente por
retornar al poder, arremetió contra Garza, cuyo gobierno se caracterizaba por
ser de transición y de equilibrio de fuerzas. No obstante, Garza entregó el
gobierno a Victorino T. Canales –otro de
los miembros de la Asamblea Departamental–, a fin de ganar tiempo para que el
presidente Herrera designara a un nuevo gobernador, que resultó Juan Martín de
la Garza Flores, un rico terrateniente, senador por Tamaulipas y con excelentes
relaciones políticas en la Ciudad de México. A Garza Flores toco tomar las
primeras medidas ante la invasión americana, pero finalmente entregó el poder
en agosto de 1846 a Francisco Vital Fernández, en el contexto de un pacto de
los grupos políticos locales, ante la reimplantación del federalismo, en plena
guerra con los Estados Unidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario