domingo, 10 de abril de 2016

Salirse del huacal bajo el régimen posrevolucionario: la Rebelión Caballerista



                                                                             
Octavio Herrera Pérez

“La historia se repite”, suele ser un lema al que con frecuencia se recurre para señalar episodios ya pasados, que parecieran asemejar a otros similares en el presente. Sin embargo esto no es correcto en un sentido estricto, pero lo que sí existe continua e incesantemente en política, es la lucha por el poder, como ha ocurrido desde el origen de los tiempos, lo que nos ofrece en apariencia la repetición de las cosas. Pero en todos los casos existen contextos diferentes, más aún en un país como el nuestro, donde las prácticas políticas han sido bastante ajenas a un libre y efectivo juego democrático. Porque aún estamos frente a una democracia nominal, generalmente acaparada o decidida por un poder hegemónico, como fue el porfiriato o en el largo periodo presidencialista del siglo XX mexicano, y ahora sujeta a la lucha entre las elites que predominan en las facciones partidarias, las que a pesar de todo, aun dentro de ellas y aunque colisionen mutuamente por dominar la escena, se miden de no salirse de contexto, para seguir dentro del juego. No hacerlo es quedar descartado, sobre todo cuando una de estas facciones vuelve a tener la referencia de un poder presidencial en la cumbre,  igual como sucedió en 1917, cuando a pesar de sus éxitos (la Constitución entonces; las reformas estructurales ahora), el poder central debió verse de frente a las inercias regionales, que cuestionaban su autoridad y sobre todo su decisión de marcar la línea política electoral de alguna entidad.
     Así sucedió en Tamaulipas en ese 1917, cuando los generales Luis  Caballero y César López de Lara, tras el triunfo del constitucionalismo, quedaron situados en el camino de convertirse en hombres fuertes de la entidad. El problema fue que solo uno podría imponerse, por lo que su confrontación solo fue cuestión de tiempo. Esto sucedió durante el proceso electoral que tuvo lugar ese año, para la renovación de los poderes estatales y municipales. Para ese momento, Caballero mantenía una relativa ventaja por cuanto al control político del estado, a través del Partido Liberal, por lo que su objetivo era reafirmar su poder en forma constitucional. Sin embargo, para el presidente Venustiano Carranza, el caudillismo que ya encarnaba Caballero no iba acorde al designio de contar en Tamaulipas con un gobernante más afín a las decisiones del gobierno nacional, máxime que sobre esta entidad gravitaban los importantes intereses extranjeros ligados a la industria petrolera, los que soterradamente financiaban a Manuel Peláez, quien actuaba como jefe de las “guardias blancas” que custodiaban la región de la Huasteca y se mantenía ajeno al gobierno carrancista.
   Durante esta transición Carranza había nombrado a Gregorio Osuna como gobernador provisional, responsable de celebrar los comicios en el estado, pero que en primera instancia debió organizar las elecciones federales, en las que se demostró el peso del Partido Liberal, al conseguir las dos senadurías (una de ellas para el general Emiliano P. Nafarrate), además de tres de los cuatro distritos electorales para las diputaciones. Aun con estos resultados, el gobierno de Carranza impulsó la candidatura de López de Lara, bajo el sello del Partido Demócrata Popular.
     Realizar las elecciones en este contexto era apuntalar a Caballero, quien además se había manifestado proclive a la facción política del general Álvaro Obregón, quien de manera evidente pretendía suceder a Carranza en la presidencia de la república. Esto hizo que el gobernador Osuna pospusiera la celebración de los comicios para elegir al nuevo gobernador y al congreso. Carranza avaló esta decisión con el argumento de la existencia de problemas laborales en Tampico, que entorpecían las relaciones del gobierno nacional con las compañías petroleras extranjeras, algo geopolíticamente muy espinoso, puesto que estaba en juego el desenlace de la Primera Guerra Mundial, con la intervención de Estados Unidos en el conflicto.
      Y a pesar de que Caballero presionó al gobierno de Carranza para la realización de las elecciones en Tamaulipas, el presidente no se inmutó y para despresurizar el tema nombró a Alfredo Ricaut como nuevo gobernador provisional del estado. Para diciembre finalmente se celebraron las elecciones municipales, quedando la mayoría de ellas en manos de personajes afectos a Caballero, quien quiso demostrar con esto que era el hombre que resultaría inevitablemente electo en los comicios para gobernador, que finalmente se celebraron el 3 de febrero de 1918. Sin embargo, los partidarios de López de Lara manifestaron tener mayoría en el nuevo congreso local, declarando su triunfo, para enseguida instalarse como la nueva legislatura; acto que de manera similar replicaron los caballeristas. Entonces se observó en Ciudad Victoria el funcionamiento de dos legislaturas, que avalaban a sus respectivos gobernadores, solamente soportados por sus propios adeptos. La respuesta de Carranza fue no reconocer a ninguna de las dos, turnando el caso a la comisión permanente del Congreso de la Unión, luego al senado y finalmente se pidió parecer a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En tanto, ambos contendientes se reunieron en la ciudad de México donde se intentó una mediación política, la que acabó en el insulto personal y en un duelo ocurrido en Chapultepec, que casi terminó en tragedia.
   Mientras tanto en Tamaulipas el asunto tomaba un punto álgido. El senador Nafarrate había asumido como gobernador interino, esperando el reconocimiento del triunfo de Caballero. Sin embargo, en una visita que hizo a Tampico fue asesinado, por sus opositores políticos. Esto caldeó aún más los ánimos, máxime que Caballero no logró que Carranza cambiara de opinión. De regreso a Ciudad Victoria, el siguiente paso fue la rebelión, que estalló el 18 de abril, tras negarse a negociar con Carranza por la vía telegráfica su conformidad a mantenerse quieto y aceptar las órdenes superiores. El presidente, a la par, ordenó al general Manuel M. Diéguez, que desde Tampico avanzara hasta la capital de Tamaulipas, como también lo hizo desde Monterrey el general Carlos Osuna. Presionado militarmente, Caballero arengó a sus partidarios, recopiló los exiguos recursos públicos que había en las oficinas públicas, y abandonó la capital, acompañado por Eugenio López, el comandante de la 5ª división, que en total sumarían unos 1 600 hombres. El resultado de esta decisión selló el destino de Caballero, pues fue derrotado en su intento de hacerse fuerte en Santander Jiménez, dispersándose sobre la Sierra de San Carlos. Y aunque intentó realizar una alianza con distintas facciones opositoras a Carranza y con enviados de Peláez, no llegaron a ningún acuerdo, perdiendo incluso este posible frente político. Finalmente, sin fuerza militar, aislado y salido completamente del huacal, partió al exilio rumbo a Texas. En tanto, en el estado las fuerzas políticas se ajustaron a los designios provenientes de la ciudad de México. López de Lara se mantuvo disciplinado, lo que le valió retornar a Tamaulipas en una nueva contienda electoral, bastante arreglada con los nuevos señores del poder –los sonorenses, y sobre todo Álvaro Obregón–, lo que le permitió convertirse en gobernador constitucional de Tamaulipas en 1921, solo para caer en desgracia dos años más tarde, al apostarle a otro gallo para la presidencia de la república por la vía de una rebelión militar, pero esa ya es otra historia que después abordaremos.





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