domingo, 10 de abril de 2016

Manuel González versus la Villa de Aldama

Manuel González versus la Villa de Aldama
                                                                                       
Octavio Herrera Pérez

Al tomar posesión el general Manuel González como presidente de la república en 1880, se dio a la tarea de convertirse en un importante propietario rural en su entidad natal, Tamaulipas. Para ello se aprovechó de las oportunidades de compra de varias de las grandes haciendas que existían en la entidad. El momento era propicio, porque los largos años de inestabilidad política habían descapitalizado a los principales hacendados, los que se veían ahora presionados por un fisco estatal que, ya organizado, no daba tregua en su exigencia de que se cubrieran los adeudos, que en algunos casos hacían incosteable seguir sosteniendo la propiedad. De eso se aprovechó el general González, logrando adquirir varias de las principales haciendas del centro y sur de Tamaulipas, en su mayoría con orígenes coloniales. Tal fue el caso de las haciendas de La Mesa, Dolores y El Cojo, a las que pronto fue sumando otras, como la de Tamatán, situada en las goteras de Ciudad Victoria, y otras en el distrito del sur del estado, que en total sumarían unas 228,072 hectáreas.
      El caso de la antigua hacienda de San Melchor de El Cojo fue emblemático, pues aquí sentó un eje administrativo de todo un rosario de propiedades que fue aglutinando paulatinamente, situadas en los extensos municipios de Magiscatzin y Aldama. En este último caso, el proceso de destrucción de propiedad individual de las porciones coloniales casi se había consumado completamente, como se ha mencionado, por lo que el agente del general González no tuvo más que hacer una buena oferta a los propietarios de las haciendas de Cuestecitas, Santa Juana, la Azufrosa y Santa María, las que en conjunto sumaban más de la mitad de todo el territorio municipal de Aldama. Ante tan abrumador acaparamiento de tierra, fue lógico que los intereses entre el gran hacendado y el pueblo de Aldama se contrapusieran por el acceso a los recursos naturales de la región. Estos conflictos tendrían una viva expresión en el derecho por la explotación de las salinas de mar y por el acceso al agua para usos agrícolas.
      La lucha por las salinas comenzó cuando en 1891 el gobierno del estado avaló la venta celebrada por el ayuntamiento de Aldama a favor de Pablo Castillo de las salinas que se dijeron pertenecer a ese municipio, poseídas desde hacía más de cien años de manera ininterrumpida y pacífica. Para lograr ese aval, los ediles llevaron a Ciudad Victoria los títulos que respaldaban sus derechos, revisados por el secretario de gobierno, Carlos María Gil, quien sustentó la aprobación oficial, porque reconoció que los ayuntamientos no podían por leyes poseer y administrar un bien de esa naturaleza. Los derechos del ayuntamiento de Aldama se basaban en la concesión otorgada en 1789 por el virrey de la Nueva España, Manuel Flores, al ordenarse la  fundación de la villa de la Divina Pastora de Presas del Rey. También presentaron un fallo favorable de la intendencia de San Luis Potosí, sobre un litigio que sostuvieron los vecinos de Presas con los de Altamira, el cual había sido ratificado por el virrey en junta general con la real hacienda en 1805. El ayuntamiento acreditó también haber reclamado al gobierno del estado y de la nación, el arrendamiento de salinas que había celebrado con Ramón de la Garza Flores; y el haber obtenido de la asamblea departamental en 1845, una declaración que reconocía sus derechos de propiedad, y revocaba una orden librada contra unos vecinos de Soto la Marina que pretendían aprovecharse de las salinas de Aldama. Por último, el ayuntamiento exhibió las resoluciones hechas en 1884, que señalaban que la venta de las salinas de Tamaulipas celebrado por el ejecutivo federal con Ramón Obregón en 1863, no comprendían las salinas de Aldama.   
    Toda la documentación anterior había fundado la aprobación del gobierno del estado al contrato celebrado por el ayuntamiento de Aldama y el señor Castillo, al apegarse a los preceptos constitucionales que garantizaban la propiedad de la república, lo mismo que los derechos de los particulares. Como en casos similares, el propio presidente Juárez y  sus sucesores, habían  declarado que los títulos otorgados por el gobierno español eran perfectamente legítimos y no necesitaban ratificación alguna. Se añadió que con ello se ratificaba la plena facultad del ayuntamiento para enajenar las salinas mediante un contrato convencional. Además, las apreciaciones del gobierno se fundaban en el Código de Minería expedido en 1884, que consideraba a la sal gema como un producto mineral. En suma, esas fueron las bases legales en las que fundó el gobierno su autorización, aunque  sin perjuicio de tercero, sujeto a los tribunales del orden común, para quien se sintieran atacado en sus derechos.
    Al recibir la información del gobierno de Tamaulipas, el general Manuel González dijo sentirse afectado en sus posesiones de la hacienda de Cuestecitas, que comprendían algunas de esas salinas. Manifestó no ser exacto que las salinas pertenecieran al municipio por más de cien años en forma ininterrumpida, y que, como el propio gobierno lo reconocía, el municipio estaba incapacitado por leyes para poseer en propiedad y administrar bienes raíces,  ¿cómo entonces podía tener el carácter de dueño y ser poseedor legal?; que eso, en un buen juicio, era un contrasentido; como también lo era el denuncio de algo que se decía tener en posesión. Creía que había una adulteración de la documentación del ayuntamiento, lo que demostraría con acreditaciones del Archivo General de la Nación, y en todo caso, si las autoridades coloniales expidieron algún documento a favor de sus fundadores, lo hicieron por el usufructo de sales y no el dominio de las salinas, pues ni al propio conde de Sierra Gorda se le habían concedido peticiones de esa naturaleza. El general González añadió que las salinas eran bienes de la nación y que inclusive el gobierno de Tamaulipas no objetó la venta que el presidente Juárez hizo a favor de Ramón Obregón, quien se las había vendido a él. Concluyó denunciando que el asunto tenía vicios de procedimiento, al negar el derecho de audiencia a los afectados, que ninguna autoridad podía autorizar un despojo y solo los tribunales eran los únicos competentes para dirimir la situación.
     El pleito por el agua comenzó a tener una expresión pública, cuando en 1896 se ventiló la carencia del vital líquido en la villa de Aldama, por lo que algunos de sus habitantes se habían “visto obligados a salir con sus animales para el rumbo de Tampico, en busca de los auxilios más indispensables para la vida”. La causa era que en la hacienda de Santa María usaban las aguas para regar sus siembras, y se la negaban a los habitantes de la villa, por lo que la autoridad y el pueblo elevaron una solicitud al gobernador Guadalupe Mainero para que los ayudara. El tema del agua provenía desde que en 1827 el gobierno del estado había regulado  el acceso que tuvo de ella  José Antonio Boeta y Salazar, propietario entonces de la hacienda de la Azufrosa, pero que debía compartir con el pueblo de Presas. Sin embargo, con  la adquisición de esa propiedad por el general González, sus administradores actuaban con gran autonomía y especulaban con la dotación del líquido, previa compensación, a algunos agricultores del pueblo, pero siendo implacables con los vecinos que iban a los terrenos de la hacienda a cortar palma, leña o pastura, muchos de los cuales fueron “encarcelados, multados y en épocas anteriores, hasta puestos en cepo”, ya que por la propia influencia del general González, varios administradores de sus haciendas llegaron a ocupar la presidencia municipal de Aldama, como Guilebaldo Ramón, Teófilo Treviño y Domingo Castillo. Este problema subsistió durante años, y aun se prolongó más allá del estallido de la revolución, pues en 1912 la hacienda de Santa María hizo edificar una gran presa de concreto que interrumpió completamente el flujo de agua hacia la villa de Aldama. E incluso pasó el tiempo más allá de la expedición de la Constitución de 1917 y las cosas seguían sin cambios, hasta que al año siguiente el abogado F. Infante Guillén entabló un litigio frontal contra la hacienda de Santa María a nombre del pueblo de Aldama. Hasta aquí el avance en la indagatoria historiográfica, pues faltan más tareas de investigación para conocer el desenlace de estos conflictos, pero ahí la llevamos.

ocherrera@uat.edu.mx


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