domingo, 10 de abril de 2016

El puerto de Altamira 1811-1823

                                                                                     Octavio Herrera Pérez


Debido a su prestigio e indiscutible importancia económica, desde siempre se ha considerado la fundación del puerto de Tampico en 1823 como un episodio singular, que en apariencia inauguró una etapa de gran dinamismo mercantil que definió en lo sucesivo las características del extremo sureste de la entidad, al menos hasta el presente. Y, por el contrario, la gesta fundacional encabezada por el ayuntamiento y el vecindario de Altamira, de establecer una población a orillas del Pánuco, se ha visto como un acto anecdótico, bucólico, que apenas merece unas líneas en el preludio histórico de Tampico; cuando en realidad en ese lugar se generaron las condiciones claves que permitieron la creación y consolidación del puerto jaibo.
Vista de la Plaza de Armas de la Villa de Altamira y de la iglesia de Nuestra Señora de las Caldas, dedicada al Señor de Santiago durante la Guerra de Independencia.
    
La barra del Pánuco o de Tampico

De acuerdo a los mitos prehispánicos, la boca del Pánuco fue punto de arribada nada menos que del dios Quetzalcóatl, lo que hizo de este sitio un lugar venerable en el México antiguo. Hace quinientos años los primeros navegantes españoles detectaron la poderosa afluencia fluvial de esta corriente en el mar y la llamaron igual como los indios huastecos la conocían desde hacía milenios, e incluso el conquistador Hernán Cortés en 1522 hizo llamar “Pánuco” a la provincia asentada en esta región costera. Vendría luego el establecimiento de la villa de San Luis de Tampico, en la margen derecha del río, que se mantuvo de manera precaria y como un simple villorrio desde el siglo XVI hasta el XVIII, amenazada por los piratas que le disputaban la gloria y el oro al imperio español. Para su defensa se proyectó construir una fortaleza en la barra, pero no se concretó, como tampoco se autorizó su funcionamiento como puerto, aunque furtivamente de repente llegaba algún barco de contrabando.

El lindero sur del Nuevo Santander

Al fundar el coronel José de Escandón la Villa Altamira en 1749 se definió el alcance territorial del Nuevo Santander hasta la barra del Pánuco, pero sin que proyectara de ningún modo una habilitación portuaria sobre el río, ya que por un lado había una prohibición tácita en ese sentido, como también porque él deseaba empeñar todos sus esfuerzos e influencia para crear un puerto, pero en la barra de Santander o Soto la Marina, lo que tampoco pudo lograr. Así transcurrió la segunda mitad del siglo XVIII, caracterizada a nivel global por crecientes tensiones geopolíticas en Europa y América del Norte, que dieron como resultado una revolución en Francia y la emancipación política de las Trece Colonias, de las que surgieron los Estados Unidos. Todo esto pronto tuvo repercusiones en el Golfo o Seno Mexicano, debido a que España se vio obligada a liberalizar gradualmente su comercio, monopolizado hasta entonces por el nudo gordiano del puerto de Veracruz. Fue así que se autorizó la apertura de la barra de Tampico a los navíos que comerciaban sal de Campeche, lo que era un contrasentido, pues en Altamira había importantes yacimientos salinos que eran explotados por su vecindario y de los pobladores de Pueblo Viejo (como se llamó después al antiguo San Luis de Tampico), los que pagaban antiguamente a la corona una cantidad para solventar los gastos de la Armada de Barlovento, que combatía los piratas. Pero ahora ya no existía esta amenaza y en cambio el contrabando comenzaba a ser una realidad, anclando los barcos en el paraje del Humo, ante de los bigotes de los funcionarios coloniales.

La guerra de independencia y la apertura portuaria de facto

Soldados realistas durante Guerra de Independencia
Al estallar el movimiento de Dolores en septiembre de 1810, sus repercusiones impactaron notablemente en el Nuevo Santander. La mayoría de las milicias locales se adhirieron a la insurgencia, por lo que el gobernador Manuel Iturbe e Iraeta debió refugiarse en la villa de Altamira, que quedó convertida en el único reducto realista de la provincia. Aquí entregó el gobernador el mando político y militar a Joaquín de Arredondo, comandante del regimiento fijo de Veracruz, quien desembarcó en la barra de Tampico con la misión de ir a interceptar a los líderes insurgentes, que iban rumbo a Estados Unidos; pero no tuvo ya necesidad de seguir, al ser capturados en Coahuila tras una conspiración realista. No obstante, Arredondo debió iniciar una campaña de limpieza contra distintos brotes insurgentes, por lo que requería de dinero, para lo cual autorizó la apertura de la barra de Tampico al comercio, instalándose en Altamira una receptoría aduanal, donde pronto comenzaron a fluir los recursos, indispensables para financiar los esfuerzos de guerra del ejército realista en la región.
     La villa de Altamira se configuró así en un verdadero puerto de altura, a pesar de encontrarse tierra adentro, pero a la que se podía llegar por agua en grandes lachas desde el Humo o desde el paraje de “Tampico el Viejo” (eufemismo alusivo a una pesquería sin importancia ya desaparecida, nombre que después, como se verá, se utilizó como argumento para justificar el “repoblamiento” de Tampico en 1823), a través de las lagunas de Champayán, Chairel y el brazo del río Tamesí que penetraba al Pánuco. Fue una corta pero lucrativa época de oro en Altamira. Se terminó de construir el imponente inmueble de la iglesia parroquial, al que se cambió de advocación, antes dedicado a Nuestra Señora de las Caldas, pero ahora adjudicado al caballero Santiago Apóstol, defensor de la cristiandad y de la corona española. También se formó una poderosa élite local, representada en las figuras personales de Cayetano Quintero, José Antonio Boeta y Salazar, Juan de Villatoro, Andrés de Lagos y Pedro Paredes y Serna. 
Recibo e la Aduana Real de Altamira en 1818

El sacrificio de Altamira: la fundación de Tampico  

En 1820 y en el marco del restablecimiento de la Constitución de 1812, las Cortes españolas declararon habilitada la barra de Tampico al comercio exterior. Para la villa de Altamira el problema era que desde 1818 el virrey conde de Venadito había formalizado el establecimiento de una aduana en el Pueblo Viejo y por tanto llevaba ventaja cuando llegó la hora de la independencia. Sin embargo, fue tan breve el imperio de Agustín de Iturbide que no se refrendó la existencia de una aduana nacional en este lugar. Fue el momento que aprovechó Altamira, al obtener de Antonio López de Santa Anna, a la sazón en rebeldía contra Iturbide y de paso por aquí en tránsito entre Veracruz y San Luis Potosí, la autorización para fundar una nueva población con grandes potencialidades portuarias a orilla del Pánuco, lo que ocurrió el 12 de abril de 1823. Este acto se hizo con la plena conciencia que de llegar a consolidarse este asentamiento, la villa de Altamira se eclipsaría. Y así ocurrió, cuando en 1824 el Congreso de la Unión decretó el establecimiento de la aduana marítima en la nueva ciudad de Santa Anna de Tampico. Debió pasar un siglo y medio, con la construcción del puerto industrial de Altamira, cuando esta antigua villa colonial, volvió a desplegar sus alas como una verdadera Ave Fénix de la modernidad, porque es allí donde está ahora el palpitar económico y el mayor horizonte de futuro en la más grande conurbación de Tamaulipas.  



1 comentario:

  1. Excelente prosa para describir acontecimientos importantes en la historia de nuestra zona conurbada. Saludos!

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